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martes, 11 de marzo de 2014

SINCERAMENTE…


 Durante más o menos un año de mi vida, esa se convirtió en una palabra común, cotidiana. Más tarde derivó en una broma privada y acabó en una anécdota.


La palabra la puso de moda Juan, un albañil. El trabajó por un año en una casa que mi papá estaba construyendo cuando yo tenía como diez años. Juan, de origen paraguayo, cada vez que era increpado por mi papá con respecto a retrasos de la obra, llegadas tarde, salidas tempranas o no aparecerse en absoluto por dos días, Juan arrancaba con la misma letanía: “Sinceramente..Lo que pasó es que… “ Y de ahí proseguía con una serie de mentiras no muy elaboradas, pero si reiterativas. Su “Sinceramente” era su intento por cobijar una mentira con un adjetivo de verdad.




¿Cuántas veces hemos intentado “sinceramente” hacer las cosas bien delante de Dios? Y lo digo de verdad, no como las mentiras del holgazán de Juan, sino que, con toda sinceridad, nos decidimos a obedecer y seguir a Dios con toda nuestra alma, cuerpo y mente.

Nos ponemos metas, resoluciones y arrancamos con el mismo ímpetu y fervor que Michael Phelps se lanzaba a la alberca compitiendo en las olimpíadas.


Conozco a alguien que no solo quería leer su porción bíblica diaria, sino que se había propuesto este método: Al despertar leería una porción escogida para ese día, después de la comida la volvería a leer y meditar mientras caminaba haciendo la digestión y por la noche, la volvería a leer para grabarse los pasajes más sobresalientes y todo motivado por ese salmo tan sabio: ¿Con que limpiará el joven su camino? Con guardar la Palabra de Dios.

Y por unos días puso manos a la obra con entusiasmo sobrenatural. Un día le pusieron una junta en la comida, por lo que se saltó ese momento de meditar la palabra. Otro día arrancó a trabajar muy temprano. Una noche llegó agotadísimo. ¿Conclusión? No pudo continuar como quería y se frustró y se sintió como si fuera el mismo Judas besando a Jesús.

Su caso no es aislado. Millones de creyentes en todo el mundo y todas las épocas hemos fallado en nuestro cometido. Hemos apuntado y erramos por kilómetros. Hemos caído, hemos renunciado, deteniéndonos,  a veces, a metros de la meta…

Y quizá una de las causas más fuertes de esto se deba a  la “Gravedad  humana”.

Como saben, la gravedad es una ley física  que  atrae los cuerpos hacia el centro del planeta.  Para poder romper esta ley, los aviones y cohetes necesitan otra ley mayor que los ayude a impulsarse y alejarse de esta atracción.

Cuando hablo de “gravedad humana” (término propio) hablo de la ley que nos atrae hacia la carne, hacia el pecado, hacia las pasiones, hacia todas las falencias del ser humano. Y cristianos, mundanos, budistas o ateos, cargamos las 24 hs con esa ley. 

Esta ley carnal sacaba de las casillas al mimo Pablo quien exclamaba con desesperación “¡Miserable de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”



Si hay un personaje de la Biblia del cual soy fan, después obviamente de Jesús, es Pedro. 

Él es el arquetipo del pasional, el que siempre va para adelante aún sin medir las consecuencias de lo que eso implica. Es el que habla desde el corazón antes de pasar por el cerebro:

Es el que le quiere explicar al creador de los mares como se pesca.

Es el que se anima a caminar sobre el agua para acabar hundiéndose unos segundos  después.

Es el que pone a Jesús al nivel de Moisés y Elías y se gana el regaño de Dios Padre.

Es el que quiere convencer a Jesús que no vaya a la cruz y acaba en la foto al lado del mismo Satanás.

Es el que se duerme y no puede acompañar a Jesús en su momento de oración más doloroso.

Y más tarde es el que ofrece morir junto a Jesús y acaba negándolo tres veces. 

Como nosotros: no hemos caído una sola vez. No hemos fallado una sola vez. Si no, dos, tres, cientos, tal vez miles…

Cuando Jesús le da la noticia a Pedro que este acabará negándolo del amanecer, quizá está reconociendo que Pedro no puede contra la “Gravedad humana” y que, por más bienintencionado que sea (Sinceramente) no podrá contra aquello que es una ley en su vida.

Y es un momento muy triste para Jesús. Porque la Biblia cuenta que, después de negarlo por tercera vez y que el gallo cantó, los ojos de Pedro se encontraron con los de Jesús y Pedro corrió a llorar amargamente su cobardía, su humanidad, su impotencia…

Muchos de nosotros hemos compartido ese momento con Pedro. Nos hemos descubierto incapaces de obedecer a Dios, infieles en seguirlo y nos hemos retirado al rincón a llorar con amargura ¿Por qué Dios? ¿Por qué fallé si tenía toda la intención de hacer las cosas bien? ¿Es que nunca voy a cambiar?


Y entonces sentimos que le hemos sorprendido a Dios, que le hemos fallado y lo hemos dejado decepcionado porque esperaba que lo lográsemos.
Pero a Dios no se lo puede sorprender, porque nos conoce muy bien. Conoce nuestro pasado y las malas decisiones que dieron malos frutos en el presente y conoce nuestras luchas por librarnos de ese yugo.

Y (A Dios gracias) Él conoce nuestro futuro.

Y es que, cuando Jesús le anunció a Pedro su futura traición, también le anunció esto: “He orado por ti para que tu fe no falte, Tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.”
Jesús sabía que Pedro saldría de ese valle oscuro y que esa experiencia le daría la fortaleza para, más adelante, afirmar a sus hermanos.

Los pioneros de la aviación fracasaron muchas veces en su intento por romper la ley de la gravedad, pero eso no los hizo desistir, hasta que lograron despegar del suelo. De ahí a los modernos aviones que van a 1000 km por hora, hay tan solo cien años…

Sí, hemos fracasado y sí hemos caído, pero la cuenta final la tiene Jesús y él ha orado por todos nosotros, no solo por Pedro, y nos ha dado el Espíritu Santo para que podamos aprender de nuestros errores y volver a intentarlo una vez más.

Si es cierto que Pedro cometió todos esos errores y es  innegable que negó a su Señor nada menos que tres veces…pero…¿Quién estaba cerca de Jesús cuando este fue apresado? ¿Juan? ¿Los hijos del trueno? ¿Felipe? ¿Mateo? No: fue Pedro. Aún con el miedo recorriéndole los huesos y empujando la traición en su lengua, Pedro estuvo ahí y nadie más.

Por eso, después de resucitar, Jesús tenía algo muy especial preparado para él.

Una película repetida: Una barca en el lago y nada de pesca. Un hombre en la playa que les dice a los pescadores “expertos” que arrojen las redes en la hora en que los peces normalmente se van, una red llena a reventar y un Pedro que no deja pasar la oportunidad y se lanza al agua sin bote ni lancha para llegar a la playa y encontrarse cara a cara otra vez con el amigo traicionado que, desayuno por medio, tiene todavía grandes planes para él y unas semanas después, esta piedra que era Pedro se vuelve una verdadera roca guiando a la iglesia primitiva.

Y ¿Sabes? También los tiene para ti y para mí.  Quizá erraste “sinceramente” y quizá con intención. Quizá gastaste tus ojos de tanto llorar por cada error repetido. Quizá pensaste: “ya, hasta aquí llegué. Ya debo de haber hartado a Dios”

No. Nunca. Porque Dios nunca romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea. Así lo prometió y siempre cumple sus promesas.

Sécate las lágrimas y lánzate al agua otra vez, porque Jesús ha orado que tu fe no falte ¿Lo sabías? Y tú, vas a regresar de Su mano y una vez vuelto…confírmale al mundo cuán grande es Él.

Pablo Monlezun


                                                        Una mañana diferente para Pedro

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 13
ROMANOS 7
LUCAS 22
SALMOS 119
JUAN 21
ISAIAS 42

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