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martes, 8 de julio de 2014

EN MANOS DEL CAPITÁN


No cualquiera puede ser capitán de un barco. Un uniforme o una gorra no me hacen un capitán, solo me dan la apariencia de uno. Y las apariencias no sirven de nada. 



Mi papá lo confirmó cuando yo tenía seis años de edad y un día apareció en la casa con el uniforme completo del club de futbol River Plate  y me vistió: camiseta, pantalón, calcetines, botines y hasta el balón de River y me sacó una foto, augurándome una fructífera carrera en el futbol profesional. Yo me dejé sacar la foto, luego me quité el uniforme y regresé a jugar con mi nave espacial y nunca más me lo puse ni agarré un balón de futbol en toda mi vida.

No, un capitán de barco no se hace portando el uniforme, poniendo su nombre en la puerta del camarote sobre la leyenda “capitán” ni siquiera comprándonos nuestro propio trasatlántico para que nadie nos discuta el punto. Un capitán se hace en base al conocimiento sobre la navegación y la experiencia. Y para ambos se necesita tiempo.

¿Y cuál es el trabajo principal del Capitán? Hacer que su barco navegue a salvo hacia el destino adonde se dirige. 

Toda la tripulación y todos los pasajeros dependen de él y de su experiencia y pericia para que esto suceda. Por esto, los mejores capitanes son aquellos que siempre están alertas, que son responsables, que no le temen al mar pero que lo respetan y que siempre están alertas a todo lo que sucede en su barco y así asegurar un viaje exitoso.

Noé no era un buen capitán, de hecho nunca se había acercado a un barco en toda su vida. Sabía todo lo que debía saberse sobre agricultura, pero nada sobre navegación.

Cuando Dios decidió destruir a toda la humanidad con un diluvio, le dio a Noé indicaciones precisas para construir un barco adonde él, su familia y el zoológico más grande de la historia se salvasen de la inundación inminente. Y Noé obedeció. Como no tenía ninguna experiencia construyendo barcos, simplemente siguió al pie de la letra las indicaciones de Dios y construyó el arca. 

En el tiempo fijado por Dios, la lluvia comenzó, el agua subió, el arca empezó a flotar y el mundo a hundirse.  Quizá entonces, cuando estaban sobre las aguas turbulentas, Noé haya notado que en realidad, no había construido un barco. Lo que en realidad había construido era una balsa con techo. Un gigantesco salvavidas que llevaba la simiente de un nuevo comienzo.



Quizá alguno de sus hijos le preguntó a Noé sobre un pequeño detalle de construcción del barco:

“Hey pa… ¿Adonde esta él timón”

Noé, que nunca había visto un timón en su vida, se habrá quedado mudo mientras le daba de comer a los chimpancés y habrá consultado el manual de construcción, solo para darse cuenta que no llevaba un capítulo sobre timones.

“No hay timón, ni siquiera sé que es eso”-habrá respondido.

“¿Tonz como manejaremos el barco?-replicaría el chamaco, tan solo para recibir una encogida de hombros de parte de Noé y los monos.

El arca no tenía timón. No había ninguna forma de dirigirla hacia ninguna parte. Flotaba a la deriva sobre las aguas sin fin y cualquiera hubiera vaticinado lo peor: Sin manera de controlarla, el arca podría haber estado a merced del agua por demasiado tiempo, haciendo que la comida se acabase, los animales se devorasen entre ellos y toda la familia de Noé lo odiase por el resto de su corta vida.

¡Pero gracias a Dios, sí había capitán! El arca no flotaba sin rumbo. Alguien con mucha más experiencia la guiaba a través del único y gigantesco mar. Aunque no tenía velas ni motor fuera de borda, ese capitán llevaba el arca a través de la corriente hacia el único lugar cercano adonde la tierra emergería de nuevo antes que en ningún otro lado. Ese capitán era Dios mismo.

Si Dios le hubiese dado un timón a Noé, él y sus hijos habrían pensado que podrían navegar y hubieran dado vueltas toda la vida.

Pero nadie conoce mejor que Dios nuestro destino y adonde quiere llevarnos. Nadie está mejor capacitado que él para timonear nuestra vida.

El mundo actual  está lleno de aguas tormentosas, peligrosos arrecifes a donde encallar, tiburones que nos quieren devorar y hasta témpanos asesinos que pueden destrozarnos y enviarnos a una muerte helada como la del Titanic. 

Y la mala noticia es que todo empeorará. Jesús no nos prometió un viaje sin peligros ni zozobras. El siempre nos dijo la verdad. Nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción. Pero también nos pidió que confiásemos en él, porque ya había vencido al mundo.

Es un capitán confiable. Tan confiable que hasta el mar le obedece y sirve a sus propósitos. El conoce la mejor ruta para llegar adonde quiere llevarnos y no hay destino mejor que el que él ha escogido para cada uno de nosotros. Desde que fuimos concebidos, venimos con una etiqueta divina que dice: “Para ser enviado a tal o cual lugar” y nunca seremos completamente felices o completos si no dejamos que el capitán nos conduzca hacia allá.

Hay asuntos de esta vida que podemos manejar y que debemos manejar, pero nuestra vida misma no está en nuestras manos. Hoy quizá estemos luchando en medio de ese mundo de aflicción del que Jesús hablaba: Perdimos el trabajo, nuestros hijos se rebelaron y van camino a un abismo, nuestro familiar amado está perdiendo la batalla contra una enfermedad asesina o descubrimos que la persona que más amamos ha regalado su corazón a un extraño. Esas y miles de “aflicciones” más nos han metido en medio de un torbellino en medio de un mar oscuro y sentimos que hemos perdido el control. 
Justo cuando pensábamos que podíamos caminar sobre el agua, las olas nos atemorizaron y nos empezamos a hundir  y allí nos dimos cuenta que no sabíamos timonear nada y en nuestra agonía, como Pedro gritamos  desesperados“¡Señor sálvame!”

Y el capitán,  ahí mismo nos tenderá la mano, sin dejar de recordarnos que no debemos dudar de él y de su capacidad para sacarnos de la tormenta.

La voluntad de Dios es única para cada uno de nosotros. Somos millones de barcos de todos los tamaños y colores y cada uno va a una dirección específica pero todos tienen el mismo capitán: Dios.

No desesperemos. No dejemos que las olas nos intimiden. Pongamos la vista en Dios y entreguémosle completamente el timón de nuestra vida y como Noé, sigamos las instrucciones al pie de la letra. Porque este capitán no solo tiene el poder de timonear , sino que es el único al que el mar le obedece por completo y es el único que puede ver todo el tiempo la tierra prometida para cada uno de nosotros. Un lugar en medio de las aflicciones donde Él hace fluir leche y miel por su Voluntad que siempre es buena, es agradable y es perfecta.


                                             
                                                      Mar adentro...

PABLO MONLEZUN



REFERENCIAS BIBLICAS:
 GÉNESIS 6
JUAN 16
MATEO 14
JEREMÍAS 29
DEUTERONOMIO 31
ROMANOS 12


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martes, 17 de junio de 2014

EL PEZ OPORTUNO

Si hicieron alguna vez hacer un viaje mar adentro, sabrán de lo que les voy a hablar. Todo pescador o marino lo sabe muy bien. El océano es inmenso y majestuoso. Aún los transatlánticos más grandes o los portaaviones militares más largos son como una pulga en medio de hectáreas de campo.  El océano también es profundo.  Mar adentro, el lecho marino se hunde hasta kilómetros por debajo de la superficie. Esas son aguas muy frías y corrientosas. Y cuando una tormenta se desata, es como si la naturaleza nos quisiera dar una probadita de su poder: olas de veinte metros que sacuden los buques cargueros como una nuez, vientos huracanados que arrebatan el mar, amenazando a los marinos con una muerte fría y solitaria en el fondo, adonde todo es oscuridad y silencio.

Muchos yacemos en el fondo del mar como el Titanic: una vez majestuosos y con propósito, pero víctimas del orgullo, derribados por la misma naturaleza que fuimos destinados a domar.

¿Qué tan bajo podemos caer? ¿Qué tan lejos podemos alejarnos de Dios? Y no estoy hablando de aquellos que no le conocen ni que adoran ídolos o son asesinos seriales. Estoy hablando de aquellos que somos salvos por fe, que oímos su voz, que leemos su palabra y la compartímos con los dones que hemos recibido.

La pregunta suena estúpida en ese contexto ¿No? Digo ¿Cómo alejarnos de Dios si hacemos todo lo anterior? ¿Cómo está eso de “caer”?

Y sin embargo, aún haciendo todo esto, podemos acabar en un profundo hoyo de muerte.  Puede que al principio no lo notemos y la bajada sea casi imperceptible. Luego,  de alguna forma,  tomamos consciencia de que vamos deslizándonos cuesta abajo lentamente. 

Aún no cunde el pánico, pensamos, todavía tenemos tiempo de dar el salto a la superficie. Pero no nos damos cuenta que cada mala decisión que tomamos en el camino descendente, desencadena otra peor y estas se empiezan a suceder con demasiada velocidad. 

Súbitamente, el piso desaparece y caemos dando tumbos hacia un pozo que parece no tener fin y se traga la luz a nuestro alrededor  hasta que todo es oscuridad y ya no sabemos cómo salir y Dios se ha convertido en alguien tan lejano como la Luna.



Quizá Jonás se preguntaba lo mismo ¿Cómo un profeta del Dios altísimo había acabado en medio de una prisión de  pescado podrido y ácido intestinal? 

Tan solo unas horas antes, Dios lo había honrado con una misión especial de la que dependía la salvación y vida de toda una ciudad. Él era el único destinado a llamar a arrepentimiento a una ciudad perversa: Dios, en su misericordia, quería darle a Nínive la posibilidad de arrepentirse antes de destruirla como lo había hecho con Sodoma y Gomorra. 

Ahora Jonás no podía, aunque quisiera, advertirle nada a nadie porque se encontraba desde hacía tres días en el vientre de un pez, en el medio del mar, en lo profundo del océano, sin nadie cerca para que le rescate y sin ninguna persona que, francamente, quisiera rescatarlo.

Porque el problema era que Jonás, el profeta, el elegido de Dios, había decidido desobedecerle y no ir a Nínive. Una cosa trajo la otra. Una consecuencia desencadenó la siguiente y Jonás acabó muy lejos del objetivo de Dios para él y sin ninguna manera de escapar de su destino.

La misericordia de Dios es tan rica y extensa, que, a veces, corremos el riesgo de confundirla con Su voluntad. Esto nos sucede cuando hemos cambiado la relación con Dios por un monólogo repetitivo, seguido de una lista de supermercado que, hasta a veces, tenemos la osadía de reclamarle como si fueran premios que nos merecemos por ser los “espirituales del año”.

Y así vivimos una vida de errores que no podemos enfrentar porque no tenemos la perspectiva adecuada para identificarlos, porque se han vuelto parte de nuestra vida. En la penumbra de nuestro pobre cristianismo, nuestros defectos, nuestra rebeldía, nuestra idolatría se camuflagea entre las sombras y pensamos que todo está ok.  Por habernos alejado de la luz de la revelación de Dios, creemos que estamos bien, que navegamos con buen viento y que los ángeles nos aplauden al pasar, pero ignoramos que estamos dentro de una cavidad llena de podredumbre que ya va camino al fondo del mar.

Para cuando lo descubrimos, ya es tarde: hemos tocado fondo, adonde nadie puede alcanzarnos. Para cuando abrimos los ojos, nuestras transgresiones son tantas que no nos alcanza para pagar la cuenta y ya no hay quien ayude.

Jonás cayó en cuenta de eso un poco tarde. El tiempo en la coctelera ambulante que era el estómago del pez que se lo tragó le sirvió para darse cuenta de su error. Claro, un tanto tarde, un tanto lejos. Sin embargo Jonás hizo lo que todo cristiano que se ha deslizado y ha acabado en medio de un gran problema debe hacer: clamó a Dios y se arrepintió.  Seguramente no tenía la esperanza de regresar a su trabajo como profeta, pero al menos, Jonás decidió hacer las cosas bien antes de morir adentro de ese pez. Solo escuchaba su voz en medio de los gases del animal, pero Jonás si sabía algo que ninguno de nosotros debe olvidar jamás: Dios nos oye, estemos adonde estemos. 

No podemos alejarnos lo suficiente ni escondernos de Su presencia. Dios siempre está al alcance de nuestra voz.  Después de haberse arrepentido  delante de Su Creador, para su sorpresa, Jonás fue vomitado a la playa.  Quizá el camino descendente fue más largo y penoso, pero Dios le rescató de inmediato y lo volvió a comisionar sin preguntas ni reproches. Jonás aprendió la lección y todo Nínive se arrepintió tras su advertencia.

Ahora, en toda esta historia, se nos está escapando algo muy importante. Se nos está escapando una perla muy preciosa, una luz que nos llama a salir de la oscuridad, porque nos recuerda el amor insondable de Dios. Se nos está escapando…el pez oportuno.

Si el océano es peligroso en un día soleado y despejado, imagínenlo en medio de una tormenta fuertísima que es capaz de destruir barcos y hundirlos.

Cuando los marineros del barco en que iba Jonás supieron que todo lo que les estaba pasando era por él, decidieron arrojarlo al mar para no morir por culpa de su rebeldía.

Así que Jonás cayó en medio del mar Mediterráneo, en medio de una tormenta embravecida, sin bote ni salvavidas, en medio del agua fría, sobre una profundidad media de un kilómetro y media hasta el fondo.

Jonás iba a morir en un par de minutos. Él lo sabía, los marinos que lo arrojaron lo sabían y Dios, claro, lo sabía, así que envió un pez muy oportuno que se tragó a Jonás de inmediato. Quitando el olor a pescado podrido, Jonás cambió el mar helado por el vientre tibio del pez. Aunque no se había arrepentido, aunque no había pedido ayuda, Dios igual fue en su auxilio.



Porque  Dios siempre puede liberarnos. El salmo dice que “Él es quien nos rescata del hoyo profundo” Mientras hay vida, podemos aprender, podemos arrepentirnos y podemos emerger hacia la luz y ser restaurados para cumplir el propósito para el que fuimos creados y salvados.
Enfrentar nuestra situación olerá mal al principio, pero todo se limpia y nada mejor que la sangre de Jesús para una limpieza total. Porque siempre es  mejor oler a vómito pero estar  a cuentas con Dios que dormir en nuestra rebeldía sin darnos cuenta que vamos camino a la muerte.

Si hoy estamos en ese hoyo o si vamos camino a él, clamemos arrepentidos como Jonás:

"Pero Tú Señor, Dio mío,
me sacaste vivo de la fosa.
Al sentir que se me iba la vida,
me acordé del Señor
y mi oración llegó hasta tí,
en tu santo templo.
Los que adoran ídolos inútiles
han dejado tu fiel amor;
pero yo con gratitud te alabaré
y ofreceré sacrificios.
Cumpliré la promesa que te hice.
¡La salvación viene del SEÑOR!

Y Dios enviará el pez oportuno por nosotros. Porque en su infinito amor, aún antes que errásemos, Ël ya lo había agendado para nosotros en una cruz. 



                                                     Mmm, creo que debo madurar...

PABLO MONLEZUN


REFERENCIAS BIBLICAS:
JONÁS
JUAN 3
SALMO 103
HEBREOS 4
SALMO 121

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martes, 11 de marzo de 2014

SINCERAMENTE…


 Durante más o menos un año de mi vida, esa se convirtió en una palabra común, cotidiana. Más tarde derivó en una broma privada y acabó en una anécdota.


La palabra la puso de moda Juan, un albañil. El trabajó por un año en una casa que mi papá estaba construyendo cuando yo tenía como diez años. Juan, de origen paraguayo, cada vez que era increpado por mi papá con respecto a retrasos de la obra, llegadas tarde, salidas tempranas o no aparecerse en absoluto por dos días, Juan arrancaba con la misma letanía: “Sinceramente..Lo que pasó es que… “ Y de ahí proseguía con una serie de mentiras no muy elaboradas, pero si reiterativas. Su “Sinceramente” era su intento por cobijar una mentira con un adjetivo de verdad.




¿Cuántas veces hemos intentado “sinceramente” hacer las cosas bien delante de Dios? Y lo digo de verdad, no como las mentiras del holgazán de Juan, sino que, con toda sinceridad, nos decidimos a obedecer y seguir a Dios con toda nuestra alma, cuerpo y mente.

Nos ponemos metas, resoluciones y arrancamos con el mismo ímpetu y fervor que Michael Phelps se lanzaba a la alberca compitiendo en las olimpíadas.


Conozco a alguien que no solo quería leer su porción bíblica diaria, sino que se había propuesto este método: Al despertar leería una porción escogida para ese día, después de la comida la volvería a leer y meditar mientras caminaba haciendo la digestión y por la noche, la volvería a leer para grabarse los pasajes más sobresalientes y todo motivado por ese salmo tan sabio: ¿Con que limpiará el joven su camino? Con guardar la Palabra de Dios.

Y por unos días puso manos a la obra con entusiasmo sobrenatural. Un día le pusieron una junta en la comida, por lo que se saltó ese momento de meditar la palabra. Otro día arrancó a trabajar muy temprano. Una noche llegó agotadísimo. ¿Conclusión? No pudo continuar como quería y se frustró y se sintió como si fuera el mismo Judas besando a Jesús.

Su caso no es aislado. Millones de creyentes en todo el mundo y todas las épocas hemos fallado en nuestro cometido. Hemos apuntado y erramos por kilómetros. Hemos caído, hemos renunciado, deteniéndonos,  a veces, a metros de la meta…

Y quizá una de las causas más fuertes de esto se deba a  la “Gravedad  humana”.

Como saben, la gravedad es una ley física  que  atrae los cuerpos hacia el centro del planeta.  Para poder romper esta ley, los aviones y cohetes necesitan otra ley mayor que los ayude a impulsarse y alejarse de esta atracción.

Cuando hablo de “gravedad humana” (término propio) hablo de la ley que nos atrae hacia la carne, hacia el pecado, hacia las pasiones, hacia todas las falencias del ser humano. Y cristianos, mundanos, budistas o ateos, cargamos las 24 hs con esa ley. 

Esta ley carnal sacaba de las casillas al mimo Pablo quien exclamaba con desesperación “¡Miserable de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”



Si hay un personaje de la Biblia del cual soy fan, después obviamente de Jesús, es Pedro. 

Él es el arquetipo del pasional, el que siempre va para adelante aún sin medir las consecuencias de lo que eso implica. Es el que habla desde el corazón antes de pasar por el cerebro:

Es el que le quiere explicar al creador de los mares como se pesca.

Es el que se anima a caminar sobre el agua para acabar hundiéndose unos segundos  después.

Es el que pone a Jesús al nivel de Moisés y Elías y se gana el regaño de Dios Padre.

Es el que quiere convencer a Jesús que no vaya a la cruz y acaba en la foto al lado del mismo Satanás.

Es el que se duerme y no puede acompañar a Jesús en su momento de oración más doloroso.

Y más tarde es el que ofrece morir junto a Jesús y acaba negándolo tres veces. 

Como nosotros: no hemos caído una sola vez. No hemos fallado una sola vez. Si no, dos, tres, cientos, tal vez miles…

Cuando Jesús le da la noticia a Pedro que este acabará negándolo del amanecer, quizá está reconociendo que Pedro no puede contra la “Gravedad humana” y que, por más bienintencionado que sea (Sinceramente) no podrá contra aquello que es una ley en su vida.

Y es un momento muy triste para Jesús. Porque la Biblia cuenta que, después de negarlo por tercera vez y que el gallo cantó, los ojos de Pedro se encontraron con los de Jesús y Pedro corrió a llorar amargamente su cobardía, su humanidad, su impotencia…

Muchos de nosotros hemos compartido ese momento con Pedro. Nos hemos descubierto incapaces de obedecer a Dios, infieles en seguirlo y nos hemos retirado al rincón a llorar con amargura ¿Por qué Dios? ¿Por qué fallé si tenía toda la intención de hacer las cosas bien? ¿Es que nunca voy a cambiar?


Y entonces sentimos que le hemos sorprendido a Dios, que le hemos fallado y lo hemos dejado decepcionado porque esperaba que lo lográsemos.
Pero a Dios no se lo puede sorprender, porque nos conoce muy bien. Conoce nuestro pasado y las malas decisiones que dieron malos frutos en el presente y conoce nuestras luchas por librarnos de ese yugo.

Y (A Dios gracias) Él conoce nuestro futuro.

Y es que, cuando Jesús le anunció a Pedro su futura traición, también le anunció esto: “He orado por ti para que tu fe no falte, Tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.”
Jesús sabía que Pedro saldría de ese valle oscuro y que esa experiencia le daría la fortaleza para, más adelante, afirmar a sus hermanos.

Los pioneros de la aviación fracasaron muchas veces en su intento por romper la ley de la gravedad, pero eso no los hizo desistir, hasta que lograron despegar del suelo. De ahí a los modernos aviones que van a 1000 km por hora, hay tan solo cien años…

Sí, hemos fracasado y sí hemos caído, pero la cuenta final la tiene Jesús y él ha orado por todos nosotros, no solo por Pedro, y nos ha dado el Espíritu Santo para que podamos aprender de nuestros errores y volver a intentarlo una vez más.

Si es cierto que Pedro cometió todos esos errores y es  innegable que negó a su Señor nada menos que tres veces…pero…¿Quién estaba cerca de Jesús cuando este fue apresado? ¿Juan? ¿Los hijos del trueno? ¿Felipe? ¿Mateo? No: fue Pedro. Aún con el miedo recorriéndole los huesos y empujando la traición en su lengua, Pedro estuvo ahí y nadie más.

Por eso, después de resucitar, Jesús tenía algo muy especial preparado para él.

Una película repetida: Una barca en el lago y nada de pesca. Un hombre en la playa que les dice a los pescadores “expertos” que arrojen las redes en la hora en que los peces normalmente se van, una red llena a reventar y un Pedro que no deja pasar la oportunidad y se lanza al agua sin bote ni lancha para llegar a la playa y encontrarse cara a cara otra vez con el amigo traicionado que, desayuno por medio, tiene todavía grandes planes para él y unas semanas después, esta piedra que era Pedro se vuelve una verdadera roca guiando a la iglesia primitiva.

Y ¿Sabes? También los tiene para ti y para mí.  Quizá erraste “sinceramente” y quizá con intención. Quizá gastaste tus ojos de tanto llorar por cada error repetido. Quizá pensaste: “ya, hasta aquí llegué. Ya debo de haber hartado a Dios”

No. Nunca. Porque Dios nunca romperá la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea. Así lo prometió y siempre cumple sus promesas.

Sécate las lágrimas y lánzate al agua otra vez, porque Jesús ha orado que tu fe no falte ¿Lo sabías? Y tú, vas a regresar de Su mano y una vez vuelto…confírmale al mundo cuán grande es Él.

Pablo Monlezun


                                                        Una mañana diferente para Pedro

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 13
ROMANOS 7
LUCAS 22
SALMOS 119
JUAN 21
ISAIAS 42

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sábado, 4 de enero de 2014

EL MEJOR DESEO

Cuando se acerca la celebración de Año Nuevo, le gente suele poner sobre la mesa todo tipo de rituales y tradiciones, algunos tan viejos como el dolor de muelas y otros que son la moda en internet o en alguna revista: comer doce uvas, dar una vuelta cargando una maleta, saltar doce veces, saltar mientras te comes las uvas, saltar mientras te comes la uvas y corres con tu maleta…en fin, la lista puede ser tan extensa como variada.


La familia con la que he pasado esta fiesta en los últimos años tiene su propio ritual: Cada persona invitada a la cena escribe doce deseos que tiene para el año que inicia en un papel y todas esas listas van a parar a una bolsa sujetada a un globo de Cantoya que se lanza al cielo estrellado, un poco antes de que inicie el Año Nuevo.

El 31 de Enero a las diez de la noche me estaba enfrentando una vez más al papel en blanco cuando pensé: ¿Acaso podrá un solo deseo incluir todo lo que necesito, anhelo y quiero para este año que empieza? Después de todo, si analizaba mi corazón, doce deseos no cubrían mis necesidades, ni siquiera ciento veinte se acercaban, así que decidí darle el control a Dios de todos mis anhelos, condensados en un solo deseo y fue allí cuando la confirmación llegó a mi corazón y escribí mi único deseo en el papel: “Amar a Dios sobre TODAS las cosas”.



Minutos después, mi deseo subió entre la fría brisa nocturna del valle rumbo a las nubes y yo sentí que había tomado la última decisión correcta del año.

En el libro de Ezequiel, capítulos  22 y 23, Dios estaba muy enojado con Jerusalén, con su pueblo amado. Mientras que Dios los había liberado de la esclavitud y los había asentado y engrandecido entre los otros pueblos, especialmente en el período en que reinaron David y luego su hijo Salomón, Israel había caído en una espiral de idolatría, asesinatos, sobornos y una lista muy larga de cosas que los alejaron de Dios, hasta el punto en que literalmente, sus actos demostraron que se habían olvidado de Él y acabaron adorando demonios escondidos en estatuas de madera. Y Dios estaba enojado con ellos. Dios se percibe traicionado, como un padre al que sus hijos abandonaron, como un esposo al que su esposa engañó con otro. De hecho, Dios comparaba a su ciudad amada con una prostituta que ha regalado lo más preciado por un poco de placer.

Hoy muchos vivimos peligrosamente bajo la gracia de Jesús, como si hiciéramos constante equilibrio, caminando sobre una cornisa en el décimo piso, esperando no caernos mientras disfrutamos de la sensación y la adrenalina.

Muchos nos definimos como “pecadores redimidos por la gracia de Dios” y nos quedamos más cerca de la palabra “pecadores” que de “Dios” y vivimos dependiendo constantemente de la gracia como si se tratara de un antídoto que debemos tomar después que dejamos que el veneno del pecado haya circulado un poco por nuestras venas.

Pero resulta que Dios es el mismo ayer, hoy y siempre.

La venida de Jesús no ha cambiado lo que Dios siente acerca del pecado. El enojo que Dios le mostraba al profeta Ezequiel acerca de la idolatría, el adulterio y otras prácticas pecaminosas es el mismo hoy en día. Si la humanidad no fue destruida como en los tiempos de Noé, fue tan solo porque Dios nos ama tanto que dio a su Hijo por paga de esas terribles transgresiones y nos construyó un puente por amor y gracia. Pero eso no incluye una “free card” para pecar y luego arrepentirnos o no significa que Dios ya no tome en cuenta cuando pecamos, porque el pecado sigue siendo una transgresión contra Dios.

Cuando convivimos con  ciertas prácticas del pasado o deseos del mundo, que sabemos que Dios no aprueba y entramos en la rutina de “peco – oro - me arrepiento - peco”, nos vamos alejando de Dios, como un bote que no ha sido anclado y comienza a dejarse llevar casi imperceptiblemente por la corriente hasta que ya está demasiado alejado de la costa para regresar.

Lo mismo le pasó a Israel. Cuando algunos de sus gobernantes dejaron de amar a Dios “sobre todas las cosas” como lo hacía, por ejemplo, el rey David, “todas las cosas” comenzaron a trepar hacia el tope de la lista para ocupar el lugar que solo le pertenece a Dios. Muy pronto, los ídolos emergieron porque representaban todo lo que la carne clamaba por satisfacer. Una cosa llevó  a la otra y en poco tiempo Israel pasó de adorar a Dios en el templo a echar a sus hijos vivos al fuego para obtener favores de ídolos demoníacos.
Es que eso es lo que hace el pecado, nos va permeando.

Una vez, en un departamento que rentaba en Buenos Aires, apareció una mancha de humedad en la pared de un día al otro. Como estaba muy ocupado en otras cosas no le presté atención debida.

Al otro día la mancha estaba más grande pero no la noté porque no estaba mirándola. Tres días después la mancha cubría toda la pared y me vi obligado a prestarle atención. Allí descubrí que un caño del departamento vecino se había roto y toda el agua jabonosa que salía de su lavadora acabó en la pared. Al arrendador le costó casi dos meses de trabajo sacar esa humedad y reparar la pared, lo que se habría evitado si yo hubiese tomado cartas en el asunto cuando apareció la manchita.

A veces, cuando leemos la Biblia, nos encanta llegar a los versículos donde están las promesas de Dios en forma de coronas, dones y ministerios. Amamos leer sobre el perdón a través de Jesús. Nos deleitamos sabiéndonos poseedores del boleto de ida al Reino de Dios y, por qué no, más de una vez miramos a los demás con cierta arrogancia.

Después de todo, somos príncipes y reyes por la eternidad ¿No?

Así como en la película “El Padrino” cuando Michael Corleone vende su alma al aceptar participar en el asesinato de Solozzo y con eso se condena a pertenecer a la mafia de la siempre vivió apartado, el momento en que nos sentimos algo más que humanos redimidos por la gracia de Dios, marca la re-entrada de Satanás en la película de nuestra vida cristiana.

Por eso es tan necesario volver a estos pasajes en Ezequiel. Recordar lo que Dios siente acerca del pecado y la idolatría. Sentir el dolor de Dios ante la traición de su pueblo amado y entender realmente el tamaño de su amor ante el perdón.

¿Qué tan permisivos nos hemos vuelto a las cosas que Dios detesta? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a abusar de Su Gracia?

Un cristiano que vive pecando es peor que un pecador que nunca ha aceptado a Dios, porque con sus acciones niega el poder de Dios en su vida y hace que otros no quieran acercarse a la gracia de Jesucristo.
Cuando caemos en cuenta y le pedimos a Dios que nos dé visión para ver el pecado como Él lo ve, entonces entendemos. Entonces comprendemos algo más sobre la santidad de Dios.

Es allí cuando descubrimos, así como descubrí la mancha de humedad, que hay cosas en nuestro corazón que están tomando un lugar que nos les pertenece. Con el corazón abierto delante del cirujano divino, aparecen hábitos y decisiones que ya no deben estar allí. ¿Cómo quitarlas?  ¿Cómo evitar que regresen?  ¿Cómo estar alertas a mantener un corazón limpio y un espíritu recto delante de Dios?

Para mí, la respuesta flotaba en la noche debajo de la luz mortecina de una llamita que impulsaba un globo hacia arriba: Amar a Dios por sobre TODAS las cosas.

Amar a Dios con todo mi corazón, mi alma y mi mente: Esto es más que un mandamiento, es un verbo, es acción, es una decisión que se renueva cada minuto, cada hora, cada día.

Si me comprometo en poner esto en práctica, si busco realmente el amar a Dios por sobre todo, entonces será muy difícil para el pecado el acceder y quedarse en mi corazón. Podré caer eventualmente porque soy humano y falible, pero no viviré en el error, porque mi deseo, mi propósito constante será el amar y poner a Dios primero en mi vida y eso me dará la perspectiva correcta para sacar lo que no sirve, lo que no le agrada a Dios.

¿De qué sirve cualquier otro logro si Dios no es el rey de mi corazón? ¿De qué sirve ser el barco más rápido y poderoso si el timón es pequeño y está en las manos equivocadas?

2014 ha comenzado. Tenía una lista muy larga de cosas por realizar, pero creo que escogí la única que realmente importa y espero que en este año pueda aprender a amar a Dios como Él me ama, porque el amarlo sobre todo debe dejar de ser ese mandamiento que muchas veces pensamos que no se puede lograr y más bien debe convertirse en el sentido único de nuestra vida.

Pablo Monlezun

                                        
                                                        Ahi vas...


(Debajo de cada relato encontrarán los capítulos y versículos en que se basa. Se encuentran bajo el título “Referencias Bíblicas” y los animo a leer los capítulos completos para tener el contexto adecuado)

REFERENCIAS BIBLICAS:

EZEQUIEL 22 Y 23
MATEO 22
ROMANOS 3
SALMOS 51
 PROVERBIOS 9

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