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martes, 8 de julio de 2014

EN MANOS DEL CAPITÁN


No cualquiera puede ser capitán de un barco. Un uniforme o una gorra no me hacen un capitán, solo me dan la apariencia de uno. Y las apariencias no sirven de nada. 



Mi papá lo confirmó cuando yo tenía seis años de edad y un día apareció en la casa con el uniforme completo del club de futbol River Plate  y me vistió: camiseta, pantalón, calcetines, botines y hasta el balón de River y me sacó una foto, augurándome una fructífera carrera en el futbol profesional. Yo me dejé sacar la foto, luego me quité el uniforme y regresé a jugar con mi nave espacial y nunca más me lo puse ni agarré un balón de futbol en toda mi vida.

No, un capitán de barco no se hace portando el uniforme, poniendo su nombre en la puerta del camarote sobre la leyenda “capitán” ni siquiera comprándonos nuestro propio trasatlántico para que nadie nos discuta el punto. Un capitán se hace en base al conocimiento sobre la navegación y la experiencia. Y para ambos se necesita tiempo.

¿Y cuál es el trabajo principal del Capitán? Hacer que su barco navegue a salvo hacia el destino adonde se dirige. 

Toda la tripulación y todos los pasajeros dependen de él y de su experiencia y pericia para que esto suceda. Por esto, los mejores capitanes son aquellos que siempre están alertas, que son responsables, que no le temen al mar pero que lo respetan y que siempre están alertas a todo lo que sucede en su barco y así asegurar un viaje exitoso.

Noé no era un buen capitán, de hecho nunca se había acercado a un barco en toda su vida. Sabía todo lo que debía saberse sobre agricultura, pero nada sobre navegación.

Cuando Dios decidió destruir a toda la humanidad con un diluvio, le dio a Noé indicaciones precisas para construir un barco adonde él, su familia y el zoológico más grande de la historia se salvasen de la inundación inminente. Y Noé obedeció. Como no tenía ninguna experiencia construyendo barcos, simplemente siguió al pie de la letra las indicaciones de Dios y construyó el arca. 

En el tiempo fijado por Dios, la lluvia comenzó, el agua subió, el arca empezó a flotar y el mundo a hundirse.  Quizá entonces, cuando estaban sobre las aguas turbulentas, Noé haya notado que en realidad, no había construido un barco. Lo que en realidad había construido era una balsa con techo. Un gigantesco salvavidas que llevaba la simiente de un nuevo comienzo.



Quizá alguno de sus hijos le preguntó a Noé sobre un pequeño detalle de construcción del barco:

“Hey pa… ¿Adonde esta él timón”

Noé, que nunca había visto un timón en su vida, se habrá quedado mudo mientras le daba de comer a los chimpancés y habrá consultado el manual de construcción, solo para darse cuenta que no llevaba un capítulo sobre timones.

“No hay timón, ni siquiera sé que es eso”-habrá respondido.

“¿Tonz como manejaremos el barco?-replicaría el chamaco, tan solo para recibir una encogida de hombros de parte de Noé y los monos.

El arca no tenía timón. No había ninguna forma de dirigirla hacia ninguna parte. Flotaba a la deriva sobre las aguas sin fin y cualquiera hubiera vaticinado lo peor: Sin manera de controlarla, el arca podría haber estado a merced del agua por demasiado tiempo, haciendo que la comida se acabase, los animales se devorasen entre ellos y toda la familia de Noé lo odiase por el resto de su corta vida.

¡Pero gracias a Dios, sí había capitán! El arca no flotaba sin rumbo. Alguien con mucha más experiencia la guiaba a través del único y gigantesco mar. Aunque no tenía velas ni motor fuera de borda, ese capitán llevaba el arca a través de la corriente hacia el único lugar cercano adonde la tierra emergería de nuevo antes que en ningún otro lado. Ese capitán era Dios mismo.

Si Dios le hubiese dado un timón a Noé, él y sus hijos habrían pensado que podrían navegar y hubieran dado vueltas toda la vida.

Pero nadie conoce mejor que Dios nuestro destino y adonde quiere llevarnos. Nadie está mejor capacitado que él para timonear nuestra vida.

El mundo actual  está lleno de aguas tormentosas, peligrosos arrecifes a donde encallar, tiburones que nos quieren devorar y hasta témpanos asesinos que pueden destrozarnos y enviarnos a una muerte helada como la del Titanic. 

Y la mala noticia es que todo empeorará. Jesús no nos prometió un viaje sin peligros ni zozobras. El siempre nos dijo la verdad. Nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción. Pero también nos pidió que confiásemos en él, porque ya había vencido al mundo.

Es un capitán confiable. Tan confiable que hasta el mar le obedece y sirve a sus propósitos. El conoce la mejor ruta para llegar adonde quiere llevarnos y no hay destino mejor que el que él ha escogido para cada uno de nosotros. Desde que fuimos concebidos, venimos con una etiqueta divina que dice: “Para ser enviado a tal o cual lugar” y nunca seremos completamente felices o completos si no dejamos que el capitán nos conduzca hacia allá.

Hay asuntos de esta vida que podemos manejar y que debemos manejar, pero nuestra vida misma no está en nuestras manos. Hoy quizá estemos luchando en medio de ese mundo de aflicción del que Jesús hablaba: Perdimos el trabajo, nuestros hijos se rebelaron y van camino a un abismo, nuestro familiar amado está perdiendo la batalla contra una enfermedad asesina o descubrimos que la persona que más amamos ha regalado su corazón a un extraño. Esas y miles de “aflicciones” más nos han metido en medio de un torbellino en medio de un mar oscuro y sentimos que hemos perdido el control. 
Justo cuando pensábamos que podíamos caminar sobre el agua, las olas nos atemorizaron y nos empezamos a hundir  y allí nos dimos cuenta que no sabíamos timonear nada y en nuestra agonía, como Pedro gritamos  desesperados“¡Señor sálvame!”

Y el capitán,  ahí mismo nos tenderá la mano, sin dejar de recordarnos que no debemos dudar de él y de su capacidad para sacarnos de la tormenta.

La voluntad de Dios es única para cada uno de nosotros. Somos millones de barcos de todos los tamaños y colores y cada uno va a una dirección específica pero todos tienen el mismo capitán: Dios.

No desesperemos. No dejemos que las olas nos intimiden. Pongamos la vista en Dios y entreguémosle completamente el timón de nuestra vida y como Noé, sigamos las instrucciones al pie de la letra. Porque este capitán no solo tiene el poder de timonear , sino que es el único al que el mar le obedece por completo y es el único que puede ver todo el tiempo la tierra prometida para cada uno de nosotros. Un lugar en medio de las aflicciones donde Él hace fluir leche y miel por su Voluntad que siempre es buena, es agradable y es perfecta.


                                             
                                                      Mar adentro...

PABLO MONLEZUN



REFERENCIAS BIBLICAS:
 GÉNESIS 6
JUAN 16
MATEO 14
JEREMÍAS 29
DEUTERONOMIO 31
ROMANOS 12


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5 comentarios:

  1. Creo que el punto.... para los que somos cristianos... es fácil decir y con mucha prontitud que nuestro capitán es Dios y la realidad es que no renunciamos a tener el timón y andar como nos parece, como nos favorece, y después estamos echando la culpa de nuestros fracasos y desilusiones a terceros y por ultimo a Dios. Si no eres cristiano, ni se te ocurre que alguien pueda guiar tu vida sino tu mismo. Y lo mas triste, es que aun los que nos llamamos creyentes guiamos nuestras vidas y dejamos a Dios a un lado para luego buscarlos cuando estamos casi ahogados, esta eso mal?... no, el punto es que Dios quiere que crezcamos y maduremos como creyente. Y me pregunto entonces, me interesa crecer? o simplemente acogerme siempre al amor y misericordia de Dios. Fred CH.

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  2. Me ha servido mucho leerlo.
    Ojala el blog siguiera existiendo.
    Un abrazo, Dios lo Bendiga

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  3. Papa dios siempre esta presente en todos lados y con todos es muy lindo lo que escribiste felicidades a soy jersey jiji

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  4. El siempre está presente y nos lleva de la mano. Bendiciones

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