DOG FRIENDLY SITE

viernes, 22 de mayo de 2020

¡SORPRÉNDEME!



En el 2007, trabajaba como Director de Contenidos del programa High School Musical de Disney. Esa posición hizo que fuera invitado a la premier de la última película de Disney-Pixar de entonces “Ratatouille”. Aun siendo una película de animación (como si esto fuera algo malo) esta película se colocó en mi top ten hasta hoy. Su historia me cautivó.



SPOILER ALERT: voy a hablar sobre algunos momentos de la película, así que, si aún no la viste, pues aprovecha y échale un ojo. No te arrepentirás.

Pensaba hace un par de días en la película y creo que Dios me llamó la atención hacia uno de sus personajes. No hablo de la rata chef, ni el atolondrado Linguini, ni del villano Skinner, ni de ningún pariente roedor del protagonista. Hablo de una víctima que vive en una cárcel y que, antes que la película acabe, sigue sin esperanzas de libertad. Es Anton Ego: el lúgubre y temido crítico gastronómico.



Anton es algo así como el top top de los críticos. Su reseña puede llenar tu restaurante o hundirlo. Al principio de la película, se plantea el conflicto de Anton: Odia al Chef Gusteau (a pesar que ha ganado estrellas Michelin) por sacar un libro que lleva por título su lema “Cualquiera puede cocinar”. Esto, para el selectivo y amargado Anton, es un sacrilegio.




Una hora de película después, llega el momento tan temido: Linguini, el nuevo chef de Gusteau´s adquiere fama y Ego va a testearlo. 
Claro, no sabe que el verdadero cocinero es una rata. Así que Anton entra en el restaurante que tanto detestaba, esperando que nada, realmente, lo sacuda. Se ha acostumbrado tanto a su cárcel de amargura que odia a todos y a todos y no espera nada bueno de nadie. Todos en el restaurante ponen sobre los pequeños hombros de la rata chef el que cocine un plato que le guste a Anton y la rata, para asombro de todos, escoge el plato más corriente de la cocina francesa: “Ratatouille”. Como si fuera una broma de mal gusto o el hurgar en la herida de alguien lastimado.



Muchos años antes, bastante al sudeste de allí, alguien sorprende a sus amigos con un cambio de intinerario. Es Jesús que va de Judea a Galilea, pero que decide pasar por Samaria. ¿Por qué? Porque le era necesario.

Obviamente a ningún otro le gusta esa idea: Judios y samaritanos se odian más que los simpatizantes de Boca y River en mi país. Su desacuerdo lleva siglos. Los samaritanos, cuya sangre se ha mezclado con la de los asirios, son considerados indignos. Los judíos prefieren ir por el largo camino que rodea la región que pasar por ella. Jesús, no. Él tiene algo que hacer allí. Cuando los apóstoles se van por comida, Jesús aguarda junto a un pozo de agua. Al poco tiempo llega una mujer. Está cansada, está agobiada, está amarga. Su pureza y esperanza se desvanecieron con los años y cinco relaciones con hombres que fueron empeorando hasta llegar al grado de convivir con uno, a riesgo de ser apedreada. Es una mujer en prisión. Esta encadenada al dolor del pasado, al temor del presente y a la negación de un futuro. Ni siquiera tiene a Dios, que parece ser exclusivo de los judíos. Ella va al pozo a buscar agua sola, sin nadie que la acompañe, sin nadie que la alegre.

Jesús le pide agua, pero es solo una excusa para iniciar la conversación, que lentamente lleva a la mujer al lugar donde Dios la quiere tener. La mujer no se da cuenta que está hablando con su creador y salvador, está demasiado amargada con la vida. Pero la Verdad se va colando entre las quejas y de pronto, la luz del sol comienza a iluminar la mazmorra de dolor donde vive el alma de esta samaritana. Al final solo le queda una conclusión posible: las cosas que este hombre le está diciendo solo podrían venir de un profeta o…Entonces Jesús mete el dedo en la herida, pero para sanarla y las paredes de amargura que encarcelaban a la mujer caen como hojas en otoño. Dios se ha tomado la molestia de buscarla en su soledad y el salvador está haciendo lo que vino a hacer al mundo: salvándola. La enojada mujer que llegó al pozo ahora es una niña alegre que corre a su pueblo, gritando que ahí está sentado el Mesías. Y que le dijo todo lo que había hecho (incluso el vivir con un hombre sin casarse) pero olvida lo más importante, lo que no le dijo: No la condenó.

Lo que nos lleva a Anton. Este recibe el plato de humeante Ratatouille que mira con desdén y lo lleva a la boca mientras prepara su pluma para escribir una terrible crítica en su agenda negra.


Pero al entrar el bocado, su mente vuela muchos años atrás, donde un Anton de diez años está parado en la puerta de su casa, llorando, herido, al haberse accidentado con su bicicleta. Y luego llega el dulce recuerdo que trae luz a su vida: su mamá consolándolo compartiéndole un plato de Ratatouille que hizo que uniera ambas cosas en su mente: el amor de mamá y una buena comida. 



Regresamos al presente y por primera vez, vemos a Anton derrotado ante el sabor del plato, degustándolo otra vez como aquel niño que fue.



Esa noche escribe su crítica (uno de los momentos más bellos e introspectivos de la película) la cual acaba así: “No puedo imaginar un origen más humilde de quien cocina en el restaurante Gusteau quien, a juicio de este crítico, es nada menos que el mejor chef de Francia

Anton está hablando de una humilde rata que ama cocinar y que ha transitado una gran aventura para llegar a ese momento.

Yo no puedo imaginar origen más humilde que el de Jesús: naciendo en un pesebre entre trapos llenos de estiércol y animales, en medio del frío y soledad, rechazado por todos. Y todo esto siendo el rey del universo. Ese rey que vino al mundo y en su agenda no olvidó a una mujer a la que nadie notaba, pero Jesús conocía. Así como en la película, la rata conocía a Anton.
Y así como la mujer corría llena de alegría tras un encuentro con el Señor, un Anton completamente colorido y feliz se sentaba en su recién estrenado Bistro y degustaba el mismo plato de su ahora chef, la humilde rata.

¿Sabes? Dios nos ha creado. Nos ha concebido, diseñado y pensado a cada uno. Nos conoce en los más profundo. Allí donde, a veces, no queremos que nadie nos vea, porque se esconden los errores, las frustraciones, las agresiones, el desencanto, la amargura. Y todo eso forman paredes altísimas que nos aprisionan. Y podemos caer en la mentira que ese es nuestro legítimo hogar y vivir así. Pero Jesús vino a salvar lo que se había perdido. Y él tiene la llave de nuestra libertad.

Al final de la película, el mesero le pregunta a Anton si quiere algo de postre. Anton, que ya no para de sonreír, voltea a la puerta de la cocina desde donde el chef lo está observado y le grita feliz y esperanzado: ¡Sorpréndeme!



Y hoy, el Rey de Reyes, mi creador y formador, mi redentor, me hace una pregunta parecida que esconde el amor más grande imaginado:

¿Qué quieres que te haga?

Y yo puedo contestar con toda confianza y seguridad en quien aguarda mi respuesta:

¡Sorpréndeme mi Dios, sorpréndeme!

Pablo D. Monlezun

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 4
ISAIAS 43
LUCAS 18

"Ratatouille" pictures and characters are property of Disney"

Si deseas dejar un comentario o contarnos una experiencia similar, debajo de cada relato encontrarás el casillero adonde escribirlo y en “Comentar como” solo abres la pestaña “Nombre/url” y allí dejas tu nombre.Si esta reflexión fue de bendición para tu vida, por favor compártela con otros. Cada semana habrá nuevas reflexiones en este blog. Si lo deseas puedes seguir nuestro twitter:  @pescadorcorazon  donde te avisaremos al instante cada vez que haya nuevas entradas en el blog.

CLIQUEANDO SOBRE EL TITULO DE BLOG, PODRÁS VER TODOS LOS RELATOS.

Pescador de corazones stories © All rights reserved.




No hay comentarios:

Publicar un comentario