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sábado, 17 de agosto de 2013

¡ RIIIINNNNNGGGGG !

Mi perra Martina se acostumbró a algo. Cada mañana de lunes a lunes la saco a pasear una media hora antes de irme a trabajar. No me disgusta hacerlo, por un lado disfrutamos de la mutua compañía y por otro es un buen momento para meditar y orar.

Ahora, no siempre tengo el tiempo o la completa disposición para sacarla,  pero eso a Martina no le importa. 
Cada mañana, sin ningún decoro ni protocolo, me avisa que ya es hora de sacarla: Llueva o haya sol, si estoy trabajando en al compu me salta encima, si estoy durmiendo salta encima de mi cama y baila el Jarabe Tapatío sobre mi cabeza  hasta que me levanto. Ella simplemente pide “Quiero salir”, sin importarle cual sea mi voluntad, nunca deja de pedir y si en una de esas no la puedo o quiero sacar, pues se espera un rato y…

¡Vuelve a pedir, vuelve a llamar, vuelve a buscar…Riiinnng, Riiinnng, Riinnng!

SÁCAME






Despierta...Y SÁCAME


¿Te vas sin SACARME?

          

¿Esteee...Ya me sacaste?  

Jesús nos dijo precisamente eso: Que pidamos, que golpeemos, que busquemos, sin ningún condicional delante del verbo. No es si queremos o si tenemos ganas o si nos sentimos bien o mal. Estos presentes del subjuntivo son continuos y nos invitan a hacerlo en todo tiempo y forma. Es una constante invitación a que busquemos de Dios todo el tiempo y para toda necesidad.  

Y tras esa invitación viene implícita una respuesta: “Se nos dará, se nos abrirá, encontraremos” Claro que no siempre será la respuesta tal cual la queríamos, pero siempre tendremos la mejor respuesta.

El timbre con que llamamos a esta puerta es la fe. Y este timbre atrae a Dios.  

Hay muchas clases de timbres en las puertas:  Los hay bonitos y de melodías sinfónicas eternas y los hay austeros, de ring seco y monótono, pero todos sirven al mismo propósito: atraer la atención del dueño de casa hacia la entrada.

Cierto capitán Romano tenía un siervo enfermo. Unos judíos le pidieron a  Jesús que lo fuera a sanar pues este capitán había hecho muchos favores a los judíos de su zona. Jesús fue, pero antes de llegar, lo recibió un siervo de este capitán con un mensaje del dueño de casa: “No merezco que entres en mi casa , solo da la orden y mi siervo será sanado”

Jesús se maravilló tanto de la fe de este soldado romano  y el siervo sanó en ese momento.

El capitán simplemente entendió quien era Jesús y reconoció su autoridad y en ese reconocimiento de la deidad de Jesús, demostró su fe y asombró al mismo Jesús.

A veces, ante la necesidad de “llamar” a Dios nos ponemos a filosofar sobre si tenemos fe y sobre lo que significa la fe. ¿Qué es la fe? ¿Cómo sé que tengo la fe suficiente? ¿Tengo que saltar, tengo que cerrar los ojos con fuerza como si estuviera en el baño? ¿Tengo que negar la realidad y a los problemas como si estos no existiesen?

Pues al capitán Romano, aparentemente, estos conceptos no le perturbaban demasiado. A diferencia de los  religiosos de la época, el capitán era un hombre práctico. Como todo soldado, sabía en la batalla no hay protocolos: Uno hace lo que debe hacer  o acaba muerto. El fue claro y directo en su pedido a Jesús y recibió esa respuesta.

El capitán reconoció quien era Jesús y ese justamente es el principio de la fe y su definición: Cualquiera que se acerque a Dios debe creer que Dios existe y que premia a los que lo buscan. Punto, no hay más discusión, no hay mas argumento.

Si estas buscando a Dios es porque crees que existe y que te contestará, entonces, tienes fe (El que no tiene fe, no busca a Dios)

Ahora volviendo a los timbres, decía que los hay de todos tamaños y sonidos. ¿Acaso, si no tengo el tamaño de fe del capitán no llamaré la atención de Jesús? ¿Y qué si mi fe es pequeña, débil, como una llamita, quizá ni eso, quizá ni es una llama, sino solo humo en la mecha de una vela  que lucha por no enfriarse?

Esa pregunta quizá se la estaba haciendo el padre de un muchacho endemoniado mientras avanzaba hacia Jesús en medio del gentío, quizá también luchando con la duda como muchos de nosotros. Sin embargo, se presentó frente a Jesús y le pidió que sanara a su hijo. De hecho le pidió a Dios mismo que “si podía hacer algo” sanara a su hijo… Mmmm, nada impresionante presentación ¿verdad?
El “Si puedes” lo hizo descender inmediatamente en el ranking de la fe hasta el último lugar, junto con  Judas o Pilatos. Pero Jesús no se ofendió y le devolvió la respuesta como un tenista devuelve un saque con un revés, diciéndole: “Si puedes  creer... al que cree todo le es posible”

Ahora la pelota estaba en el campo del pobre padre que sufría por su hijo ¿Creer? ¿Después de decirle a Dios “Si puedes hacer algo”?  Imagino a algunos fariseos y por qué no, algunos discípulos (Es que todavía no maduraban) riendo por lo bajo. Pero el padre sacó fuerzas de donde no tenía y contestó: “Creo…Ayuda mi incredulidad” (Versión R. Valera)

¡Uy, ahora si se le hizo la noche!  ¡Confesó incredulidad! (Ya imagino ciertos evangelistas negando con la cabeza) Pero Jesús no se asustó ni lo desestimó, sino que reprendiendo al espíritu malvado, sanó a ese muchacho y su padre pudo verlo sano finalmente después de muchos años. ¿Acaso el hombre mostró mucha fe? Ciertamente no, sin embargo, atrajo la atención de Jesús. ¡Y, por cierto, si quería que Jesús lo ayudase en su incredulidad, después de haber visto sanar a su hijo supongo que este hombre ya creía lo que sea!

Para aquellos que nos gusta medir la fe en kilogramos, Jesús dejó una medida específica de fe para un propósito específico: Si tuviésemos fe como un grano de mostaza, le podríamos decir a un monte que se mueva y este se movería. Un grano de mostaza, nada impresionante. Sin embargo, el mundo no tiene ni siquiera ese grado de fe.



Los que creemos en Dios y aun andamos luchando por mejorar cada día y a veces nos desanimamos y nos sentimos defraudados cuando las cosas no avanzan y creemos que nuestra fe es poca y que a Dios no le agradamos por eso…¡Stop ahí mismo! Mis estimados: la fe no es algo cotidiano en el mundo.  ¿O porque creen que Jesús nos llama “manada pequeña” a sus seguidores? Porque somos pocos y como buenas ovejas, muchas veces tercos, rebeldes y lentos de aprender, pero el Pastor nos ama y nuestros lastimosos balidos de fe alcanzan para que nos abra la puerta del redil y encontremos refugio, paz, sustento y amor.

Muchos años antes que Jesús llegara al mundo, Isaías escribía sobre él: “No apagará el pábilo que humeare” En otra versión más moderna: “No apagará la mecha que apenas está encendida…” No la apagará, no la desechará así como no desechó al padre del endemoniado…Si hay un resquicio de fe, si hay un poquito de pila en el timbre, El atenderá y abrirá la puerta siempre, porque  la fe no deja de llamar a Jesús, como Martina no deja de pedirme que la saque cada mañana, haya sol o llueva, quiera yo o no quiera.

Y a  Martina, la insistencia le resulta un 80% de las veces... ¡Jesús promete abrirnos siempre!

Pablo David Monlezun



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