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jueves, 31 de octubre de 2013

EL MEJOR DISFRAZ


 En estos días, en muchas partes del mundo se celebra Halloween. Millones de personas se disfrazarán de monstruos, fantasmas, asesinos seriales, enfermeras despechugadas y por supuesto, de todo tipo de zombies, que es la moda de hoy. Y, claro, todos tratarán de acudir a la fiesta con el mejor disfraz que supresupuesto le haya permitido.


Más allá de las terribles implicaciones espirituales de esta celebración pagana,  la gente se disfraza de todos estos iconos de temor como una forma de minimizarlos, de burlarse, de jugar a que estamos por encima de aquello que nos causa espanto y al menos, por una noche, nos reímos del miedo caricaturizado.

Pero en este concurso, el premio al mejor disfraz de la noche se lo lleva uno solo: el miedo.


El miedo o el temor: esa emoción primaria provocada por la sensación o el conocimiento de un peligro real o supuesto. Presente, futuro o a veces hasta pasado, el miedo es un experto en el uso del disfraz y el camouflage y usa todo lo que está a nuestro alrededor, todas las circunstancias, todas las grietas de nuestra personalidad para tratar de meterse y apoderarse del control de nuestras vidas. 

Y para él, todo el año es Halloween.

El miedo o temor es una gran locomotora oscura que  arrastra varios vagones: oscuridad, necedad (cuantas tonterías no hemos hecho por temor) la mentira, la idolatría (Cuantos pactos no habremos cerrado sin saberlo por temor…) soledad, violencia, enfermedad, muerte…Y por supuesto,  ya sabemmos quien es el maquinista que conduce la locomotora por las vías de nuestra mente.

Cuando éramos niños y no podíamos resistir ver una película de terror de esas que pasaban los sábados por la noche en la tv, a muchos nos ocurría que luego, en la oscuridad de nuestro cuarto, sentíamos o creíamos ver cosas que nos asustaron: una sombra que se movía, la puerta del closet que se abría un poquito, ruidos cercanos...Cosas que no eran una amenaza y ni siquiera eran reales (la sombra era el movimiento de unas ramas ante el farol de la calle, la puerta se entreabrió por la brisa, los ruidos eran las maderas del suelo encogiéndose ante el cambio de clima) 

Y es que ese es el truco más usado por el temor: engañarnos para que creamos que esa supuesta amenaza nos va a destruir y así, no solo no podamos avanzar, sino que abramos camino a los vagones que vienen detrás de la locomotora para que nos aplasten y, por supuesto, para que nuestra fe y confianza en Dios se debilite o desaparezca.



El temor es algo con lo que he luchado muchos años de mi vida. Cuando conocí a Cristo hace más de 20 años, recuerdo que regresaba de la iglesia hacia mi casa e iba leyendo mi Biblia nueva (que me había regalado el mismo amigo que me compartió de Jesus) y recuerdo que en ese bus que iba casi vacío, leía y tuve la primera porción bíblica de mi vida por la que Dios me habló directamente. Ya saben, cuando una palabra específica parece “saltar” hacia nosotros, hacia nuestro corazón y nos habla directamente al espíritu. Esa palabra esta en Juan 6:20 y el primer versículo con el que Dios habló a mi vida dice: “Mas El les dijo: Yo Soy, no temáis” (Versión RV)

Por supuesto no era ninguna casualidad. Dios estaba apuntando a uno de los problemas más profundos de mi vida. Pero no fue tan fácil. Pasaron muchos años con los que luché contra este sentimiento y muchas veces perdí, dejando que tome control de mi vida. La lista de estupideces y errores que cometí por dejar que el miedo me domine es del largo de un rollo de papel para baño. 

Y aún hoy debo luchar a diario para que ese pequeño gigante no tome el control de mi voluntad.  Y la forma de vencerlo es ponerlo bajo los pies de Jesús. Claro que eso no es tan sencillo como se escribe. Se necesita una completa confianza en Dios y estar sintonizado con su realidad espiritual para que no cedamos ante las amenazas del temor.

El criado del profeta Eliseo lo vivió en carne propia.  Cierto día el rey de Siria envió sus tropas a apresar al profeta Eliseo y así lo rodearon para atraparlo. El criado, viendo las tropas y carros que se le venían encima, tembló y con justa razón pues ya se veía muerto antes que acabara el día, así que externó su temor a Eliseo. Si hubiera sido otra persona la que lo oía en vez del profeta, el criado le habría contagiado su temor y seguramente ambos hubieran cometido algún error mortal como tratar de escapar o rendirse o lo que sea que de seguro hubiera acabado con sus vidas, pero estamos hablando del profeta Eliseo, el sucesor de Elías.

¿Y qué hizo Eliseo? Pues oró a Dios para que le abriera los ojos espirituales a el criado y este, entonces, pudo ver muchos más carros de fuego y soldados de parte de Dios rodeando el ejército Sirio. De hecho, pudo presenciar el poder de Dios de inmediato cuando el profeta oró y todo el ejército Sirio quedó ciego e indefenso.
Es que la formula está muy clara en la Biblia y Eliseo la conocía aún miles de años antes que Juan la escribiese en sus epístolas: “En el amor NO hay temor, sino que el perfecto amor ECHA FUERA todo temor.”

Eliseo conocía a Dios. No solo conocía el poder de Dios sino conocía la esencia e Dios: Dios es amor. Dios es, como dice Juan, el perfecto amor. Y el perfecto amor echa fuera todo vestigio de temor. Porque, cuando sabemos con certeza que Dios nos ama con tanto amor que no escatimó a su propio hijo por nosotros, entonces podemos estar seguros que, cualquiera sea la amenaza que el miedo quiera vendernos, Dios es mayor que ella y nos ama lo suficiente como para que estemos seguros que El tiene el control de la situación.

Todo lo contrario sucede cuando no tenemos esa confianza en Dios.  Un poco después del evento donde Eliseo y su criado fueron guardados por Dios de los sirios, vemos a los mismos sirios sitiando la ciudad de Samaria.  ¿Y qué hizo Dios para vencerlos? Simplemente les hizo oír como “estruendo de caballos y carros de combate y soldados” Y el temor hizo el resto: los sirios pensaron que estaban siendo atacados por un ejército mayor y huyeron aunque, en realidad, ninguno vio ni constató que los estaban atacando.

Así obra el temor en nosotros: amplifica nuestras propias flaquezas y nos hace creer que no hay salida. Y si lo dejamos, acabamos como los sirios: huyendo y dejando todo lo que tiene valor para nosotros tirado en el suelo.


El único temor saludable es el “Temor de Jehová” y, claro, no estamos hablando de tenerle miedo a Dios (aunque muchos que le dan la espalda deberían) Estamos hablando de un respeto total porque El es Santo, porque El es Dios todopoderoso y unido a ese respeto que nos aleja del pecado, va implícito el amor y la gratitud porque no solo nos creó y no solo nos salvó por medio de la sangre de Su Hijo, sino porque nos ama para siempre y ha diseñado todo para que seamos parte de su maravilloso plan.


Salomón decía que este temor reverente es el principio de toda sabiduría. Este modo de vida nos alejará del pecado y las artimañas del diablo y nos protegerá de las malas decisiones que el actuar fuera de la voluntad de Dios nos puede acarrear.

No dejemos que el miedo nos diga cómo vivir nuestra vida. Arranquémosle el disfraz y desnudémoslo a la luz de la palabra de Dios. Y cuando nos salga al paso en nuestros pensamientos y nos quiera asustar como si fuera un gigantesco dinosaurio radioactivo de película japonesa, recordemos lo que Juan, aquel que pudo recostar su cabeza sobre el regazo de Jesús, quiso que no olvidemos en momentos de temor e incertidumbre:  El perfecto amor con el que Dios me amará por siempre echa fuera todo temor, porque mi vida entera esta bajo Su control.

Pablo Monlezun

                                    Duermo tranquilo porque El me guarda

REFERENCIAS BIBLICAS:

JUAN 6
2 REYES 6
1 JUAN 4
SALMO 111
SALMO 19
PROVERBIOS 9

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