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miércoles, 10 de julio de 2013

MARTINA Y EL BAÑO

No se si a todos los perros les guste bañarse. Sé que hay razas que si les gusta el agua como el Labrador o el Golden Retriever. No sé a todos los Poodle les guste bañarse, pero sé que definitivamente a Martina no le gusta.


YO: MARTINA VUELVE ES SOLO UN BAÑOOO!!!!
                                       MATINA: QUE NOOOOOOOOOO!!!!! 

Cada vez que decidimos bañarla en la casa y Martina lo nota, comienza la persecución por toda la sala. Por suerte es una Poodle y una vez que la atrapamos, su tamaño no le ayuda mucho a zafarse. Pero si antes de esto le preguntásemos si se quiere bañar y Martina pudiera hablar y respondernos (A veces tengo la sensación que sabe hablar pero no tiene nada que decir) nos diría que no. Siempre, invariablemente, no.

                                            EJEMMM, REVISA TU CALENDARIO CHE,
                                          NO ME TOCA BAÑARME HASTA SEPTIEMBRE...


                        MÍRAME A LOS OJOS HUMANO...CAERÁS BAJO MI 
                        PODER HIPNÓTICO...NO QUIERES BAÑARME...NO 
                        QUIERES BAÑARME...

Odia meterse en la bañera, odia el agua tibia, el shampoo para perros, odia todo el proceso de limpieza. Mientras la bañamos trata de escapar como puede y sacudirse el jabón, de modo que el que la baña acaba tan mojado como ella.




TE APROVECHAS PORQUE NO LLEVO
PUESTO MI TRAJE DE KARATE!!!

Una vez seca, una vez que queda limpia, perfumada y con su pelo de alambre esponjado. Martina cae en un “ataque de felicidad”: corre por toda la casa, salta de un mueble a otro, juega con todos sus juguetes a la vez y por un rato, está en éxtasis, como una oruga que, recién convertida en mariposa prueba sus alas y descubre todo lo bueno que esconde el jardín donde vive.

Pero claro, para que toda esta felicidad surja en ella, le toca bañarse primero…

Muchos de nosotros nos convertimos, de vez en cuando en “Martinos” cuando nos toca lidiar con un asunto primordial para un cristiano: el arrepentimiento.

Para algunos el pedir perdón no es algo difícil. Si contamos con una personalidad agradable, cierto grado de credibilidad y algo de facilidad de palabra, pedirle perdón a alguien puede ser algo sencillo. Para algunos el asunto se vuelve peligrosamente cotidiano cuando, cometen una y otra vez los mismos errores y viven pidiendo perdón. ¿Pero cómo puede suceder eso?

La respuesta es que una cosa es pedir perdón y otra es arrepentirse.

Regersando la analogía del baño de Martina: es como si le preguntásemos a Martina si quiere bañarse y ella contestase: “si claro, con mucho gusto” Luego entonces, preparamos el baño, el agua tibia y hasta traemos el pato de hule para que la acompañe en su “doloroso” proceso y le decimos: “¡listo Martina, éntrale!” Y entonces Martina, se da media vuelta y se va sin entrar.

El pedir perdón es una premisa que no vale nada si no nos arrepentimos de lo que nos llevó a cometer ese error. Arrepentirse en es un término militar griego. Significa “Dar vuelta y caminar en dirección contraria” Es una acción y nos indica que debemos cambiar radicalmente lo que estábamos haciendo mal.

Para que esto suceda queda aún un último obstáculo por vencer. Es en este punto donde muchos flaqueamos, nos detenemos, queremos negociar para evitarlo o pedimos ayuda divina que nos abra providencialmente otro camino en medio de la aguas para evitar pasar por esa puerta llamada: “Enfrentar la realidad”.

Para poder arrepentirme genuinamente y dar un giro de 180 grados, necesito establecer adonde estoy parado y el alcance de lo que he hecho mal y el primer paso en el penoso camino del arrepentimiento es aceptar la responsabilidad de lo que hice para así poder hacerlo bien esta vez.

No es un momento fácil. A nadie le gusta aceptar que la regó. Desde pequeños, solemos culpar a otros por nuestros propios errores. Pero ese es un camino que no lleva  a ninguna parte. 
Tarde que temprano nos tendremos que enfrentar a lo que hicimos y es mucho mejor si nosotros somos los que demos el primer paso. No solo por el bien de nuestra relación con la persona ofendida sino para nuestro propio crecimiento y madurez.

Hace unos miles de años el ex solitario Adán la regó comiendo del fruto del árbol del bien y del mal que Dios, específicamente, le había prohibido comer. Adán, en vez de asumir su responsabilidad y buscar a Dios para el perdón y arrepentimiento, corrió a esconderse.

Cuando Dios lo encontró y le preguntó por lo que había hecho (dándole la oportunidad de confesar su pecado, asumir su responsabilidad y hallar gracia) Adán no asumió nada, sino que culpó a Eva y a Dios mismo por ese error. A Eva diciendo que ella le dio de comer ese fruto y a Dios indirectamente  porque le recordó a Su Creador que El le “dio”  esa mujer a Adán…

El posponer el encuentro con Dios no solo trajo a Adán las implicaciones de su error sino, de seguro, una tortura mental y stress al permanecer escondido, temiendo el encuentro con Su Creador.

Unos miles de años más tarde, otro personaje volvió a meterse en problemas. 
Pedro, el discípulo más cercano a Jesús, lo dejó solo durante todo el proceso condenatorio que sufrió. Lo negó tres veces ante sus enemigos, lo dejó solo cuando murió en la cruz…

Días después, Pedro meditaba mientras intentaba pescar en el mar junto con otros pescadores. Había sido testigo de la resurrección de Jesús pero aún no había podido verlo cara a cara. Esa madrugada no habían pescado nada. Igual que el día que Pedro conoció a Jesús…Jesús al que traicionó, al que negó, al que abandonó…

De pronto, alguien les grita desde la playa dándoles indicaciones para que muevan la red de lugar. Obedecen y esta se llena a reventar de todo tipo de peces.

Para Pedro no hizo falta más presentación porque lo mismo ocurrió el día que Jesús vino a él. 
Él había tenido más que suficientes días para reflexionar en lo que había hecho así que tenía clara conciencia de su error. Pero Pedro no corrió a esconderse bajo cubierta ni se puso a pensar en cómo culpar a Satanás y a Judas ni huyó en el barco hacia el otro lado. Pedro no lo dudó un instante y se tiró al agua para nadar a toda velocidad al encuentro del amigo traicionado, del Dios Resucitado.

Y en esa playa bajo la luz del sol naciente Pedro halló perdón, gracia, amor , crecimiento y madurez y nos enseñó una gran lección a todos los que tengamos que lidiar con el arrepentimiento y estemos de pie frente a la puerta de la responsabilidad: corramos hacia ella, nademos hacia ella. No nos detengamos a pensarlo un instante y arremetamos contra ella para atravesarla lo más rápido posible. 
Si sabemos lo que hay que hacer, no le demos un segundo a nuestra mente, a la carne, al enemigo para que nos quiera convencer de hacernos los Adanes y correr tras un árbol.

Quizá el momento sea difícil, quizá sea penoso y hasta doloroso, pero será un momento y luego hallaremos la gracia de parte de Dios para salir del error y la sabiduría para crecer en la experiencia de ese fracaso hasta convertirlo en éxito que guíe a otros. Como alguien dijo muy acertadamente: “El que pide perdón y se arrepiente pasa vergüenza unos momentos, El que no lo hace pasa vergüenza toda la vida

El primer interesado en nuestro arrepentimiento es Dios mismo. El pecado nos separa de Él y nos aleja de la bendición de vivir en Su voluntad. 

No seamos como Martina que le huye a la limpieza  y acerquémonos a Dios  con confianza y dejémonos que nos “bañe” con la sangre de Jesús, nos dé una buena secada con el Espíritu Santo y pronto estaremos saltando de alegría, porque no hay sensación más hermosa que la sensación de ser libres, sabiendo que Él nos hizo libres.

Pablo David Monlezun


                     ASÍ DE LIMPITA, HASTA POR AHÍ CONSIGO GALÁN...


                        NO RECORDABA QUE ERA TAN BLANCA, CHE...
                  ESTO DE LA LIMPIEZA HACE MARAVILLAS AL CUTIS...


REFERENCIAS BÍBLICAS:

Génesis 3

Juan 18

Juan 21

mateo 5:25

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